«Cuando yo oigo una nueva pieza de música que no comprendo, quedo intrigado; deseo entrar en contacto con ella nuevamente, a la primera oportunidad. Es un desafío; mantiene vivo mi interés en el arte de la música. Si después de repetidas audiciones una obra no me dice nada, no por ello concluyo que los compositores modernos se encuentran en una condición lamentable. Simplemente, concluyo que esa pieza no es para mí.
A pesar de todo, ya he observado, tristemente, que mi propia reacción no es la típica. La mayoría de la gente parece disgustarse por el lado controvertible de la música; no desean ver perturbados sus viejos hábitos. Se valen de la música como de un diván; desean sentirse mecidos por ella, relajados y consolados de las tensiones de la vida cotidiana. Pero la música seria nunca pretendió ser un soporífero. La música contemporánea, especialmente, ha sido creada para despertar al auditor, no para ponerlo a dormir. Pretende sacudir y excitar al auditor, conmoverlo, aun dejarlo exhausto. Pero ¿no es esa clase de estímulo la que se busca en el teatro, o por la que se compra un libro? Entonces, ¿por qué hacer una excepción con la música?»